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sábado, 6 de octubre de 2012

¿Qué hay fuera de mí?

Cuando el estudiante preguntó cómo saber si lo que vemos es "realmente" lo que hay ahí fuera, el profesor no entendió la pregunta. Y era la pregunta que describía toda ciencia, pero el profesor increpó de tal absurdo, y volvió a nombrar las partes constitutivas del ojo. Quizás en su día, para la ciencia contemporánea, hubiese sido más eficaz evitar este tipo de preguntas. Sin embargo, la ciencia que dispone ciertos criterios de acción, nunca irrebatibles por supuesto, ha sido encasillada mediante la técnica y se ha diluido entre tantas otras técnicas.Al no querer responder este tipo de preguntas se confunde tanto el objeto como el sentido de la ciencia, creyendo que el discurso científico reducido al lenguaje que interpreta los experimentos, es la única base que la sostiene. Quizás sea cierto que hay parte de irracionalidad en la génesis de la ciencia, como lo hay antes de la razón. O acaso, ¿no es más primitiva la irracionalidad que racionalidad? En definitiva, hoy para la ciencia es necesario responder la pregunta del estudiante, para establecer su valor absoluto fuera de del lenguaje que lo relativiza.

Vemos tan poco de lo que hay ahí fuera, que lo que hay fuera de mí y de ti, es mucho más de lo que podríamos imaginar. La ventana de nuestros sentidos es tan estrecha, que nos perdemos tanto del vasto mundo, de aquello que por no pertenecer a la realidad propia no podemos entender con el lenguaje. Pero sepan que hemos dado cuenta de ello hace ya cierto tiempo, y que hemos buscado y encontrado señales indirectas de aquello que no percibimos, y mediante el lenguaje las hemos hecho comprensibles, al menos vagamente. Mediante algo que hemos denominado cambio,  que es la evidencia más directa de la existencia del tiempo, obtenemos información difusa para relacionarlo con otro cambio. Si no hubiese cambio alguno en nada, el tiempo no existiría, pues ningún suceso sería diferenciable de otro, acabándose por cierto, el antes, el después y el ahora. Así, gracias al cambio en todo, hemos podido sentir que hay objetos que pueden cambiar más allá de lo que nuestros sentidos perciben como cambio. Y entonces, si tenemos la fortuna de encontrar a partir de cambios perceptibles los efectos indirectos de los cambios no perceptibles, apreciamos la existencia de una realidad, aunque difusa, como un sueño, como una representación simplificada o un boceto y la observamos detenidamente intentando aprender algo.